Miras la historia y ves tribus, imperios, reinos: todos crearon mitos para sostenerse. Religiones, dioses, ideologías, banderas. Hoy el mito dominante es el progreso mismo: “mañana seremos mejores”. Pero si raspas la superficie, no hay un “para qué”. Hay promesas de más comodidad, más longevidad, más control, pero ¿para hacer qué con esa vida prolongada?
¿Qué sentido tiene vivir 150 años si tu única religión es trabajar, consumir y distraerte?
El vacío se vuelve evidente cuando miras las grietas: ansiedad colectiva, adicciones, depresiones epidémicas, distracción perpetua, sentido de inutilidad. Nunca hubo tantos recursos para evitar la muerte y, sin embargo, nunca hubo tanta angustia de estar vivos sin saber por qué.
Y la trampa final es que cada avance tapa momentáneamente ese vacío: un nuevo gadget, una nueva app, una nueva droga, una nueva narrativa de “innovación”. Pero el agujero sigue tragando. No hay mito trascendente que lo rellene, porque el progreso material no fabrica sentido. Solo lo decora.
Así que sí: avanzamos tecnológicamente como una avalancha. Pero a nivel existencial, la meta sigue siendo la misma de siempre: no mirar muy profundo, porque abajo no hay nada excepto lo que tengas el coraje de inventar para ti mismo.
Te lo repito “abajo no hay nada excepto lo que tengas el coraje de inventar para ti mismo”
Para todo?
¡Wow! ¡Que vértigo!